Nos ubicamos en una situación concreta de aula, ¿qué motivaría realmente a nuestro alumnado? ¿Conocer las claves teóricas del funcionamiento de una cometa o hacer volar esa cometa? El punto de partida en todo enfoque de proyecto, parece que no puede
estar desligado de observar el producto final de la experiencia. ¿Qué vamos a conseguir? ¿qué vamos a resolver? Y, sobre todo, ¿qué vamos a construir? Y cuando nos traslademos a observar este producto final, surgirá la necesidad de conocer las
claves teóricas del funcionamiento de los elementos que componen el proyecto, sin ellos seguramente obtendremos un producto disfuncional o mediocre. En definitiva, no existe una renuncia a las cuestiones teóricas, se les dota de un sentido que
conecta los aprendizajes previstos con la realidad en la que viven los alumnos.
Según Larmer y Mergendoller (2010) el proyecto debe asumir un rol de “plato principal” y no un “postre”. Con esta metáfora tienen la intención de dejar claro que puede tomarse este enfoque como una metodología habitual en nuestra docencia, y que resulta posible trabajar a partir de ella contenidos y competencias curriculares clave.
Para Trujillo (2016) el ABP se diferencia de la enseñanza directa porque esta última la secuencia sigue una estructura a la que el autor denomina las "tres pes": presentación, práctica y prueba. El profesor presenta contenidos, los aprendices realizan algún tipo de práctica con ellos y para terminar, son sometidos a una prueba en la que o bien reproducen los contenidos de la primera presentación o replican alguna de las actividades realizadas en la práctica. En cambio, el ABP sigue una secuencia en la que se parte de una pregunta, problema o reto que los alumnos deben superar. En su abordaje tendrán que investigar, indagar, localizar información, procesarla, elaborarla y compartirla. Todo ello con la finalidad de dar solución al mencionado reto, que además se encuentra conectado con la vida real de los aprendices. En definitiva, es un enfoque que favorece la producción de aprendizajes significativos para el alumnado, generando una actitud y motivación que incrementa la implicación del estudiante en su proceso de desarrollo.
El Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP) sigue una secuencia de fases. Podemos encontrar diversas estructuraciones, pero si nos ubicamos en los orígenes de esta propuesta, son cuatro los momentos que configuran una experiencia de este tipo. Recuperando la metáfora del niño que anhela construir una cometa, la secuencia sería la siguiente (Kilpatrick, 2018):