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La estructura: el esqueleto de la historia

Dominar las distintas piezas de la escritura es labor de toda una vida, como lo es conocer a las personas; porque cada historia, como cada persona, es única, y el mismo rasero no sirve para medirlo todo. Cada historia precisa de diferentes estrategias para abordarla.

Pero a pesar de esas diferencias, si miramos hacia atrás, a la historia de la literatura, vemos que todos los relatos tienen algo en común: todos cuentan las peripecias de un personaje que quiere conseguir algo y debe enfrentarse para ello a unos obstáculos. Toda historia nos presenta a un personaje frente a su conflicto. Éste es uno de sus elementos fundamentales. Sin conflicto no hay cuento, del mismo modo que no hay cuento sin personaje. Gracias al conflicto el personaje ve rota su cotidianeidad, genera algún tipo de deseo, y conseguirlo será lo que ponga en marcha al personaje.  

Para lograr su objetivo, para sobreponerse a la situación que le ha trastocado la vida, el personaje debe luchar. La lucha del personaje contra aquello que se opone a que consiga su objetivo debe ser reñida. A más dificultad, a más riesgo, más fuerza tendrá el relato. No habrá relato si el personaje quiere algo y lo consigue sin dificultad; no habrá relato si el personaje no se juega nada, del mismo modo que no habrá relato si el personaje es feliz y, por lo tanto, no tiene nada que conseguir. De una situación estática, donde no pasa nada, no saldrá un relato.

Con frecuencia, el fallo que impide que nuestras historias cobren vida es que carecen de un buen armazón que las sostenga. Para armar este esqueleto podemos partir de este pequeño esquema: un relato surge siempre de una situación inicial y acaba en otra, la situación final, que es distinta de la primera. Entre esa primera situación y la última ocurren una serie de sucesos que son la materia de la trama. Llamamos trama a lo que ocurre entre la situación inicial y la situación final.

A diferencia del argumento, que cuenta los hechos de modo cronológico, la trama los organiza de acuerdo a una intención, para conseguir un efecto determinado, intrigar al lector u cualquier otra necesidad del relato (contar una historia empezando por la mitad se llama contar in media res).

El resultado de la lucha entre el protagonista y su oponente puede acabar con la victoria del primero, si consigue lo que quiere, o con su derrota, si no lo consigue. Es el desenlace: el punto donde se da una solución al problema, se resuelve el conflicto. Y donde se satisface la curiosidad del lector: No podemos olvidar que el primer objetivo de todo relato es mantener el interés del lector. Lo conseguirá gracias a la intriga, que funciona suscitando preguntas y retrasando las respuestas. Esas preguntas sin respuesta se convierten en una fuerza retadora, en un enigma que el lector querrá resolver: ¿qué?, ¿por qué? Cuando el enigma se aclara, el texto termina. La solución pone el límite a la historia.

Para aplazar las respuestas, el escritor no puede valerse del engaño. Sí puede usar el equívoco, dar la sensación de que no hay salida, de que el enigma es irresoluble, puede jugar con una respuesta suspendida, empezar a darla, pero interrumpirse por algún motivo, también puede dar una respuesta parcial...

Enfocado desde la intriga, podemos ver el texto de este modo:

  • Planteamiento: formulación de las preguntas
  • Desarrollo del texto: dilación de las respuestas
  • Desenlace: la revelación, el final del texto

Para organizar nuestras historias debemos tener presente la estructura del cuento clásico: planteamiento, nudo o desarrollo y desenlace.

El planteamiento (como presentación)

  • muestra la situación de la que arranca el cuento
  • presenta al personaje
  • muestra el lugar y el tiempo donde ocurren los acontecimientos
  • nos presenta un hecho que revela el conflicto

El nudo (los personajes en acción, la progresión de los incidentes en aumento)

  • dilaciones, algún accidente
  • una noticia oculta
  • nuevos peligros
  • luchas físicas y psíquicas
  • revelación del personaje por la aparición de alguien
  • digresiones que desvían la atención
  • indecisión del personaje

El desenlace (el relato llega al punto de máxima tensión)

  • tiene que resolverse de algún modo
  • puede acabar con un clímax o un anticlímax

Escribe Anderson Imbert, teórico del cuento:

Ese personaje, sea que luche con otro personaje o consigo mismo, con las fuerzas de la naturaleza o de la sociedad, con el azar o con la fatalidad, nos interesa porque queremos saber cómo su lucha ha de terminar. Un problema nos hace esperar la solución; una pregunta, la respuesta; una tensión, la distensión; un misterio, la revelación; un conflicto, el reposo; un nudo, el desenlace que nos satisface o nos sorprende.

Para asegurarnos de que no le falta ninguna de las piezas fundamentales, podríamos someter al cuento a un primer interrogatorio:

  • ¿Quién es? (personaje)
  • ¿Qué quiere conseguir? (deseo)
  • ¿Quién se lo impide? (oponente, dificultad)
  • ¿Cómo luchará para conseguirlo? (acciones que realizará para acercarse a su objetivo)
  • ¿Lo conseguirá? (solución)

A estas preguntas podríamos añadir dos más:

  • Si lo consigue, ¿qué pierde a cambio?
  • Si no lo consigue, ¿qué gana en compensación?

La posibilidad de que, si lo consigue, pierda algo, o que, si no lo consigue, encuentre alguna compensación, les da profundidad a los hechos. El riesgo hace que los personajes adquieran peso cuando actúan, lo que facilita el cumplimiento de la otra regla de todo cuento: la transformación del personaje. El personaje que encontramos al inicio nunca es el mismo que el que encontramos al final, como ya hemos dicho. Como pasa en la vida, los sucesos marcan. Y, aunque el personaje decida seguir siendo el de antes y volver a su vida anterior, inevitablemente será otro, puesto que tiene en su haber una nueva experiencia, la que le proporciona la reflexión tras la que podrá decidir dejar o no las cosas como estaban. Esta compensación, este “extra” que gana o pierde, que viene de la mano del desenlace, puede ser algo abstracto, la culpa, por ejemplo, que lo cambia interiormente.

El esquema nos ayuda con el esqueleto del relato. Teniéndolo es más fácil ponerse a escribir. Incluso, antes de coger el bolígrafo, podemos saber si la historia, de acuerdo a este cuestionario, está descompensada, si está resuelta, o si el conflicto es suficientemente poderoso como para que merezca la pena ser contado.

Al esqueleto luego hay que añadirle los músculos, los nervios, el cerebro y el corazón. Pero es mucho más fácil si el esqueleto ya se sostiene solo.

Recapitulemos:

El argumento es lo que le ocurre al protagonista en el orden en el que los acontecimientos suceden. Mantiene el orden cronológico.

La trama es el modo en que decidimos dar la información. Una historia puede contarse en el orden cronológico o desordenando los hechos.   

El tema es la idea abstracta que subyace en lo que el cuento trata. Nos revela algo acerca de la naturaleza humana.

El deseo, la meta, el objetivo es lo que el personaje quiere conseguir, por lo que luchará. El deseo será el motor de la historia.

Conseguirlo no puede ser fácil. Las historias dependen de esa lucha contra las dificultades que el protagonista debe sortear para conseguir su objetivo.

Puede ganar o perder. Lo que siempre ha de pasar, consiga lo que quiere o no, es que tenga consecuencias: En algo ha de cambiar al protagonista.