Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera persona del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos.
Julio Cortázar, Las babas del diablo
¿A qué nos referimos con el narrador? Es decir: ¿Qué responsabilidad asume? ¿Cómo se decide el escritor por un tipo u otro? ¿Para qué sirve?
Primero sus funciones: el narrador es el responsable de contar una historia, es el que organiza la información y decide cuánta y en qué momento se ofrece al lector; por lo tanto, decide también qué se oculta para ir generando la intriga. Determina el tono de la historia y el ritmo, organiza el tiempo del relato y establece en qué orden se cuentan los sucesos.
Aunque cuando hablamos del narrador en realidad hablamos de dos cosas distintas: la voz y la mirada. Quien narra, quien habla, no siempre es el que percibe, el que mira. La mirada es un aspecto del narrador.
Mieke Bal define la focalización como la perspectiva sensorial o ideológica desde la que se presenta a los personajes y los sucesos que se narran, que viene determinada por el espacio físico o psicológico desde el que se miran.
La focalización es el punto desde el que se observa. Puede corresponder a un personaje de la historia o estar fuera de la historia. Lo que permite una primera clasificación: contar desde dentro o contar desde fuera de la historia.
Llamamos narrador homodiegético al narrador cuya voz se nombra a sí misma, habla de sí misma y pertenece al mundo que narra, forma parte de él. Es un personaje de la historia quien se hace cargo de contarla. Habita el mundo que nos está mostrando. Homodiegéticos son los narradores que cuentan en primera persona.
La voz heretodiegética, en cambio, narra los acontecimientos desde fuera del mundo narrado, no se nombra a sí misma, cuenta la historia de otros. Son los narradores que cuentan en tercera persona.
Esta división, que presenta múltiples variantes, podemos simplificarla si la miramos desde la persona gramatical que usa el narrador para contar: Si cuenta desde dentro del mundo narrado usará el “yo”. Si cuenta desde fuera del mundo narrado, usará el “él” o el “ella”.
La voz y la mirada coincidirán en esos casos en que el narrador use el “yo”. En los casos en que el narrador cuente desde fuera de la historia, en que use “él” o “ella” para referirse a los otros, la mirada no corresponderá a la voz. La voz deberá elegir entre las miradas de la historia aquella desde la que contará la historia: la de un personaje, varios personajes, una mirada más omnisciente o la de una cámara que solo verá y oirá lo que en el mundo que narra ocurre.
Los narradores del yo, en primera persona, son los que cuentan desde dentro la historia que narran. Se refieren a sí mismos porque están allí. Son tanto los narradores que cuentan su propia historia, los protagonistas de la historia que se cuenta, como los narradores que cuentan la historia de otro, como si fueran los testigos.
Los narradores omniscientes, en tercera persona, son los que cuentan desde fuera la historia que narran. Dice Imbert que la omnisciencia es un atributo divino, no una facultad humana. Solo en el mundo de la ficción cabe esta mirada tan poderosa. No hay límite de tiempo ni espacio, puede moverse libremente por la mente de los personajes, sabe qué siente cada uno de ellos. Aunque se posiciona fuera de la historia, sabe de ellos más que ellos mismos, porque conoce el pasado y también su futuro; y puede (como en la narrativa del siglo XIX) incorporar sus propias reflexiones con una autoridad de autor. Pero junto a este narrador omnisciente clásico hay otros:
El narrador omnisciente selectivo tiene una omnisciencia un poco rebajada puesto que, en vez de conocerlo todo, debe elegir una mirada para contar. Selecciona la posición de uno de los personajes y es desde esa focalización desde la que cuenta la historia. No lo sabe todo, solo lo que uno de los personajes sabe. Es sobre ese personaje sobre quien ejerce su omnisciencia.
El narrador cuasi omnisciente funciona como una cámara, también con una omnisciencia limitada. Puede moverse en el espacio y contar aquello que podría captar una cámara: la imagen y el sonido. Pero no puede contar lo que los personajes piensan o sienten. Solo puede verlos desde fuera.
La decisión de la voz, quizá la más compleja que el escritor debe tomar, es siempre motivo de duda. Hay que valorar las ventajas e inconvenientes de cada una de las voces, la subjetividad, la fiabilidad, la cantidad de información de que dispone una focalización determinada. Qué distinta sería la historia de la Cenicienta si la hubiera contado una de sus hermanastras.