Participación y colaboración

Una premisa que a estas alturas de este curso ya debería estar plenamente asimilada, es la de que esta empresa de avanzar hacia una educación más inclusiva – en los términos que aquí le hemos dado a esta meta –, es intrínsecamente una tarea compleja y controvertida. La actitud y las estrategias que adoptemos como profesores -  individualmente en nuestras clases y como miembros de un equipo docente en su conjunto – respecto a cómo hacer frente a esta complejidad, son determinantes para que de hecho podamos hablar de un avance, sin prisas pero sin pausas, hacia mayores niveles de inclusión o de mera palabrería. Esa complejidad queda bien explícita en las palabras de Darling- Hammond:
«En el aula se negocian objetivos contradictorios y múltiples tareas a un ritmo alocado; continuamente se realizan intercambios y surgen obstáculos y oportunidades imprevistas. Cada hora y cada día los profesores han de hacer malabarismos ante la necesidad de crear un entorno seguro y de apoyo para el aprendizaje, presionados por el rendimiento académico, la necesidad de satisfacer la individualidad de cada estudiante y las demandas grupales simultáneamente, así como por llevar adelante múltiples itinerarios de trabajo, de modo que todos los estudiantes, en momentos distintos de aprendizaje, puedan avanzar y ninguno se quede rezagado».
Darling-Hamnond (1997, p. 116)

En este sentido debemos cuidar no caer en el esquema de reacción ante dicha adversidad que reflejaban Parrilla y Daniels (1998), en un trabajo sobre la colaboración entre profesores:
  • Un profesor encuentra dificultades para solucionar los problemas por sí mismo que le plantea un alumno (o alumnos).
  • Siente que le falta apoyo y ayuda para abordar medidas medias innovadoras o complejas.
  • Ante esta situación opta por abandonar la resolución del problema.
  • Se refugia en la adopción de métodos «seguros» y abandona la innovación y la búsqueda creativa de soluciones y nuevos métodos de enseñanza
  • La vida del aula deja de responder a la diversidad.
  • Los alumnos que habían suscitado su preocupación terminan siendo excluidos, abierta o  veladamente, de la clase.

colaboracion
Una de las formas de avanzar hacia mayores niveles de inclusión es que los docentes encuentren más y mejores formas de colaboración entre ellos.

Este patrón de respuesta, tan habitual en muchos centros escolares donde predomina una cultura escolar en la que cada cual tiende a encerrarse en su aula o a relacionarse solamente con un grupo reducido de colegas, es una de las principales barreras que limitan el progreso hacia mayores cotas de presencia, aprendizaje y participación de todos los estudiantes en la vida escolar.
El camino para variarlo está escrito en cientos de obras y explicado en miles de ejemplos a lo largo y ancho del mundo, tanto en países desarrollados como en los empobrecidos y las palabras del profesor Hargreaves, uno de los expertos mundialmente reconocido en temas de cambio, innovación y cultura escolar son bien claras:
«Las escuelas ya no pueden ser castillos fortificados dentro de sus comunidades. Ni los docentes pueden considerar que su estatus profesional es sinónimo de autonomía absoluta. Las fuerzas del cambio ya  se hacen sentir dentro de incontables aulas... Dentro de los retos y las complejidades de estos tiempos postmodernos, los docentes deben encontrar más y mejores maneras de trabajar con otros en interés de los niños que mejor conocen. Deben reinventar un sentido de profesionalidad de modo que no les ponga por encima ni aparte de los padres y el público en general, sino que les de la valentía y la confianza necesaria para entablar un trabajo franco y autorizado con otras persona...Pero no cualquier tipo de trabajo conjunto de los docentes con otras personas ajenas a la escuela resulta beneficioso para los alumnos que están dentro de ella. Las asociaciones deben ser significativas y morales, no cosméticas o superficiales» (Hargreaves, 1998, pp. 35-36)

Esta dimensión de la participación como colaboración es la que en este curso se desarrolla en el módulo 9, razón por la cual te remitimos a ese apartado para profundizar en estos contenidos.

De lo dicho hasta aquí se desprende que la participación, en la medida que concierne tanto a los procesos de enseñanza y aprendizaje como a la presencia o el acceso, tiene que ver con todos los miembros de la comunidad: estudiantes, profesorado, personal de administración y familias. Se relaciona con las políticas formales de la escuela, tanto como con sus prácticas cotidianas y con la interacción que se produce cotidianamente entre ellas.

Es importante resaltar que la participación, en sus distintas acepciones, está dentro de lo que podríamos llamar un juego dialéctico constante con las barreras que la limitan. En este sentido aumentar la participación es minimizar tales barreras, lo mismo que cuando éstas se incrementan aquella disminuye. Ahora bien, como nos han ido enseñando estos autores, estos procesos no son claros y evidentes, sino más bien ambiguos u opacos y no afectan a todos por igual. En este sentido, en ocasiones se ha podido observar como la tarea de mejorar la participación de algunos alumnos ha llevado a reforzar algunas barreras que impiden la participación de otros. Es por ello por lo que no cabe decir que hay una escuela que promueve al 100% la participación. Lo que encontramos, como venimos resaltando desde del principio de este curso, son centros que resuelven episódica  y parcialmente los conflictos asociados a este dilema.