1.1. Perspectiva diacrónica o histórica

1.1.2. Historia de la escolaridad del Pueblo Gitano

1. La escolarización en el Antiguo Régimen

1.1. Escolarización absolutamente minoritaria 

Como es sabido, la educación escolar en el Antiguo Régimen era absolutamente minoritaria, pues en una sociedad estamental y donde la gran mayoría de la población iba a desempeñar oficios que aprendían por imitación parece no tener demasiado sentido (D. Sevilla, 2007). Sólo los estamentos privilegiados (nobleza y clero) recibían algún tipo de formación académica, y la burguesía comienza a tomar posiciones también a este respecto a lo largo del siglo XVIII.

1.2. Las propuestas de “reducción de los niños gitanos”

Durante los siglos XVI, XVII y XVIII se sucedieron diversos informes y normativas que propugnaban “la ‘reducción’ de los niños gitanos”, tal como ha investigado Antonio Gómez Alfaro[1], dentro de un clima legislativo y de “memoriales” que estereotipaban al pueblo gitano (como hemos visto en el bloque de la “Historia del pueblo gitano”). Todos esos documentos siguen un mismo esquema: consideran que las familias gitanas son un foco de perdición y educan a sus hijos e hijas en la maldad y, por ello, es necesario la separación familiar, bien sea recluyéndoles en “casas de corrección y de misericordia en donde desde su niñez se imbuyesen en las obligaciones que dictan la religión y el Estado” o, al menos, asegurándose que desde la más tierna infancia les educan otras personas, para “cortar de raíz” “la mala crianza”, “el ejemplo vicioso de sus parientes”, “la natural inclinación de su casta”, “la leche que maman y la educación que reciben, naciendo y creciendo en esta escuela de corrupción”, “el mal ejemplo, costumbres y enseñanza de sus padres” y porque “no hay ley que obligue a criar lobillos en tan cierto daño futuro del ganado” y “para asegurarles adecuada formación -cristiana, por supuesto-.” (ib.) Impresiona ir leyendo las numerosas frases de este tipo y los párrafos que dicho historiador nos presenta de cada uno de estos documentos de “Fiscales, Síndicos, Juntas, Cortes y demás Instituciones y gobernantes” y de “Cédulas, Pragmáticas y Órdenes Reales” (Salinas, 2015), de las cuales selecciono unos botones de muestra: 

Disipar y deshacer de raíz este nombre de gitanos y que no haya memoria de este género de gente. […] [para lo cual se propone] que a todos se les quitasen los hijos e hijas, y los de diez años abajo se pusieran en la casa de los niños de la doctrina,donde los doctrinasen y enseñasen a ser cristianos, y de allí, teniendo más edad, se pusiesen los varones a aprender oficios, y las mugeres a servir.

– Cortes de Castilla, 1594


El envío de los niños gitanos a orfanatos y hospicios ‘para que allí se eduquen’; apenas cumplieran los doce años serían removidos a las galeras ‘para que en ellas sirviesen de pajes, y se enseñasen al marinaje’.

– Cédula de 1673


Teresa Ovejero hace información en Zamora para apoyar una petición de indulto de su hijo, que llevaba catorce años en el arsenal de Ferrol ‘sin haber cometido la menor culpa’, pues fue conducido allí, niño todavía, únicamente ‘con motivo de tener sus padres el aditamento de nuevos vecinos o gitanos’.

– en 1763


La primera y principal de las causas que influyen a la malignidad de estas gentes, es la perversa educación de sus hijos, que acostumbrados a los vicios de los padres y liviandades de las madres, se enseñan a la más desarreglada conducta: estos vicios se van en ellos arraigando, al paso mismo que van creciendo en edad, y como su común miseria parece que en cierto modo les ata las manos para proporcionar a sus hijos mejor crianza, es necesario en éste, aún más que en otro punto, el cuidado y vigilancia de las Justicias.

– Dictamen de los fiscales del Consejo, 1786


El medio más eficaz para ‘civilizarlos [a los gitanos] en un todo’ consistía en dirigirlos desde los principios de su crianza; si ésta fuese acertada, no se experimentarían luego ‘unos productos tan abominables’.

– Informes de los magistrados de Granada,1787


En los 14 años que duró la gran redada o prisión general de gitanos (1749-1763) se dispuso que los niños y niñas estuvieran hasta los 7 años con las madres en los “depósitos”. Luego las niñas pasaban a hospicios y casas de misericordia hasta que alcanzaban edad suficiente para “aplicarlas al servir o a las fábricas”; los niños a los 7 años pasaban a los arsenales para “que les aplique a trabaxos que permita su poca robustez y fuerzas”. Fruto de estas trágicas circunstancias, en julio de 1751 los representantes de la justicia de Málaga descubren a veintiún muchachos gitanos de once a catorce años a quienes sus madres habían disfrazado de niñas por miedo a que los enviaran a presidio. Por decisión real serán puestos a disposición del intendente de Cartagena para empleárselos en los trabajos del arsenal. En 1755, se sumarán a ellos cuarenta niños gitanos de siete a ocho años, oriundos de la región de Valencia[2]. Nadie plantea que a los niños (a los que de nada se les puede acusar) de siete años en adelante se les proporcione un régimen escolar y no que sean castigados a trabajos forzados en los arsenales (Salinas, 2015).

El principio animador de la última pragmática sanción contra los gitanos, la de 1783, continuaba siendo la reducción de los gitanos y en ella se insiste sobre la importancia de actuar sobre la educación de los menores gitanos, mandando la creación de Juntas de Caridad o escolarización allí donde hubiera gitanos.

…En definitiva, en estos documentos y legislación a lo largo de tres largos siglos se defendía reiteradamente que todos los gitanos, per se, eran delincuentes. Debía sospecharse incluso de los sedentarizados y aplicados, pues con ese plausible comportamiento enmascaraban hipócritamente su colaboración efectiva en los actos delictivos de los demás. Tales presunciones de peligrosidad justificaban la aplicación indiscriminada de una medida preventiva de seguridad que separase de la sociedad a todo el grupo, clasificado a tales fines por edades y sexo. […] No se trataba sólo de arbitrar medidas contra unos individuos considerados socialmente peligrosos, cuando no delincuentes en particular, para quienes el envío a galeras, presidios o arsenales pudiera constituir adecuada destinación punitiva; detrás de ellos había unas familias cuya reducción global presentaba específicos perfiles. […] La necesidad de actuar sobre el segmento infantil del grupo a través de la separación familiar y la remisión a centros asistenciales adecuados (A. Gómez Alfaro, 1994).

Gómez Alfaro señala también que resulta reveladora la enumeración de las circunstancias por las cuales, a juicio de los autores de estos documentos y normativas, las familias gitanas no estaban en condiciones de dar a sus pequeños la educación que la sociedad y los poderes públicos propugnaban: Ora sea porque estando los padres llenos de vicios, ideas torcidas, y malas costumbres habituales, en lugar de poder enseñar, los inficionan con daño trascendental a toda la vida; ora sea porque careciendo de fondos, y no sabiendo ellos oficio alguno, ni pueden enseñarlo a sus hijos, por ignorarlo, ni tener medios con que poder costear la enseñanza; y lo peor de todo es, que ni los mismos maestros de oficios en la constitución presente les querrían admitir por aprendices, estándoles de este modo cerradas por todas partes las puertas, y arbitrios, si Vuestra Majestad no establece reglas permanentes, para que hagan útil esta clase de personas, y les aparte de la miserable situación actual [3].

No se incluyen programas educativos concretos, salvo la enseñanza de ‘variedad de oficios’ a los varones y la instrucción de las niñas ‘con recato y cristiandad’ como puntos de referencia irrenunciables para cualquier proyecto reductor del grupo (ib.)

En 1785 los informes solicitados a las diversas diputaciones coinciden en señalar que no se llevan a cabo las necesidades de escolarización porque no hay medios, no se constituyen las Juntas de Caridad, encargadas de escolarizar y controlar el proceso. En resumen, las niñas y niños gitanos continuaron generalmente al lado de sus padres y únicamente pasaban a instituciones en casos extremos, cuando los padres eran condenados a prisión y carecían de otros parientes. Nuevamente, como siempre, faltaba ‘lo principal’, es decir, los establecimientos y el presupuesto que los hiciera funcionar; la continua apelación a la limosna aparece como un angustioso ritornello en los escritos oficiales, resucitándose los tradicionales argumentos doctrinales sobre la beneficencia y la asistencia social: secularización de la caridad, reconversión de las instituciones piadosas ya obsoletas, ventajas de la limosna anónima frente a la mendicidad personalizada (Gómez Alfaro, 1994).

Todos estos ‘proyectos educativos’ fueron abandonados una y otra vez, tanto por la escasez de las instituciones oficiales (escuelas, hospicios, casas de misericordia,..) y de presupuestos para crearlas y mantenerlas como por la resistencia de los particulares a admitir a las niñas y niños gitanos en las escuelas o en los trabajos comunes donde los gremios los rechazaban por no tener “pureza de sangre” (Salinas, 2015). Relatan, estos informes, la ojeriza y repugnancia de los no gitanos a mezclarse con los gitanos en la escuela; y un obstáculo ‘no pequeño’ era la negativa de maestros y maestras para admitir gitanitos ‘temiendo que su compañía e inmediata comunicación pudiera ser nociva, y causar la perversión en los otros jóvenes encomendados a su cuidado y enseñanza’ (Gómez Alfaro, 1994).

De modo que, en realidad, podemos pensar que la escolarización no debió ser, en una mayoría de casos, apenas otra cosa que una rudimentaria catequesis. (ib.)

La mayor parte de la infancia gitana –tal como ocurría también el resto de las familias de las clases populares–, y desde una edad temprana, en este periodo de los siglos XVI, XVII y XVIII contribuía al sostenimiento familiar colaborando en los trabajos de sus padres: Generalmente, los padres que precisaban en sus talleres y negocios de pinches, aprendices y ayudantes, solían utilizar tempranamente a los hijos para tales menesteres, desde soplar los fuelles en su herrería, hasta hacer de recaderos en su mesón. A partir de los ocho o diez años, son numerosos los gitanitos que aparecen ejerciendo, nominalmente al menos, algún oficio con el que contribuían a la economía familiar ‘según sus fuerzas’, tal como puntualizan algunos testimonios. No existía preocupación especial porque esas actividades infantiles discurrieran en ambientes poco propicios, tanto para su desarrollo corporal, como para su formación moral; un tabernero de Lorca, por ejemplo, tenía a su hijo de doce años ayudándole en la taberna. Por otra parte, no faltaban niños dedicados a ocupaciones marginales, cuando no a la simple mendicidad; anotamos así la presencia de algunos pequeños empeñados en la recuperación de estiércol por los caminos, para vender a los labradores necesitados de abonar sus tierras. (ib.)

Imagen de un niño vendiendo estiércol a dos hombres
Archivo del historiador Manuel Martínez
1.3. Una pequeña experiencia educativa con otro planteamiento

El Magistrado Francisco Antonio de Zamora, comisionado para aplicar la pragmática de 1783 en Barcelona llevó a cabo la más interesante experiencia asistencial realizada en esta época. (ib.) Tras examinar a niñas y niños para conocer sus capacidades y aptitudes antes de decidir aplicaciones y destinos, pudo comprobar que los integrantes de aquella pequeña grey eran todos ‘vivos y de un talento despejado’, por más que ‘sólo sabían bailar y cantar canciones indecentes, sin saber persignarse, y algunos ni aun hacer la señal de la Cruz’.

En una primera fase trabajó con un total de 74 niños y niñas gitanos catequizándolos, escolarizándolos  y enseñándoles un oficio.

Informó al monarca, y éste le mostró público reconocimiento, lo cual le animó a extender su experiencia a los pueblos del “rastro barcelonés”. Era la primera vez que un magistrado se acercaba a los gitanos para algo más que detenerlos, procesarlos y sancionarlos; en sus cartas quedará reflejada la hiriente impresión que le produce el descubrimiento de aquel mundo marginado y, con todo, resistente a aceptar sin problemas los cambios que para su vida independiente representaba la irrupción del magistrado. Esto le llevará a volcar su atención hacia los niños y los adolescentes, dispuesto a alcanzar la completa escolarización de unos y la formación profesional de otros, así como la ampliación de los conocimientos domésticos de las chicas. Señala en su informe enviado al rey Carlos III que algunos de aquellos trabajos se vendían públicamente en Barcelona; ‘después de dos siglos dé abandono’, y aunque ‘no excelentes’ todavía, tenían el mérito de ser las primeras labores realizadas por gitanas que se conocían oficialmente. Sus autoras eran niñas entre los seis y los dieciséis años, todas las cuales presentaban disposición ‘para ser unas mujeres muy útiles’, ‘faltando sólo paciencia, y animarlas con algún pretexto’.

Relata, en su carta al monarca la auténtica hazaña para encontrar maestros “honrados” que quisieran admitir a niños gitanos, el generalizado “recelo ante los robos” y otros prejuicios: son sucios, se dejan crecer el pelo y caer sobre su rostro, no se cortan las uñas, van descalzos de pie y pierna y presentan un aspecto horrible[4]. No se amilanó: procedió a asearlos y vestirlos a la usanza de los aprendices del país, así como a salir fiador personal de ellos ante los maestros, a quienes promete premios e incentivos; también los promete con carácter trimestral a los propios educandos, cuya formación tratará de completar disponiendo, entre otras medidas, su asistencia a la academia de dibujo. Buscó donativos particulares para sufragar los crecientes gastos.

Redactó un extenso informe al conde de Floridablanca, sugiriendo la posibilidad de llevar el programa a todo el Principado. Algunos sectores civiles y eclesiásticos le vienen animando a hacerlo, pero no ha querido tomar una iniciativa que pudiera enfrentarle a los corregidores, en su mayoría militares, dada la situación fronteriza de muchos territorios catalanes. La euforia de las felicitaciones que ha venido recibiendo le hace pensar que aquella experiencia piloto que desea extender a Cataluña pudiera ser incluso exportable algún día a toda España. ‘Y si esto salía bien en Cataluña?, resume la carta, ‘¿qué obra mayor, que hacer útiles por este medio, en todo el Reino, más de once mil personas de esta clase, que por cerca de tres siglos, han hecho ilusorios los Paternales Desvelos de ocho reyes, y de doscientas cincuenta providencias formales que se han tomado contra ellos?’.

Desgraciadamente, estos deseos de don Francisco Antonio de Zamora no encontrarán en el Gobierno central la acogida que esperaba y gestionó a través de Floridablanca; el fallecimiento de Carlos III, además, intervino muy concretamente para que se difuminara el interés suscitado por el problema gitano durante todo el período ilustrado.

1.4. Noticias de la escolarización de algunas niñas y niños gitanos a finales del XVIII

Los censos de los gitanos demandados por la Real Pragmática de 1783 fueron generando una importante información sobre las familias gitanas que habitaban cada población, sus propiedades, sus trabajos y oficios y, en algunos de estos informes, aparecían noticias de la escolarización de las niñas y niños gitanos. Algunas familias gitanas sedentarizadas enviaban a sus hijos a la escuela (las pocas existentes en aquella época) en la misma proporción que las familias no gitanas y de su misma condición socioeconómica. Citaremos algunas alusiones a la escolarización de las niñas y niños gitanos en estos informes descubiertos, transcritos y proporcionados por Antonio Gómez Alfaro[5]:

- Castilla La Mancha, 1783: “Muchos de ellos eran arrieros; traer leña con dos borricos; cuatro panaderas; acarrear leña y carbón; molinero; jornalero; carpintero; tres escolares; mesonero; etc.”

- Cataluña, 1785: “Un pequeño grupo de familias gitanas, agrupadas alrededor de unos pocos linajes y sedentarizadas hacía ya muchos años eran dueños de casas y tierras, eran incluso ricas. Mandaban a sus hijos a las escuelas y se dedicaban al comercio de ganado y a trabajos de labradores”.

- Madrid, 1785: “Un sobrino huérfano de cinco años el cual está aprendiendo para su educación las primeras letras”.

- Valencia, 1785: “Bernardo Barril (siete años, escolar); María (nueve años, dedicada a la enseñanza de niñas); Bernarda Escudero (aplicada a la enseñanza de niñas); María Francisca Gil (seis años, que va a la enseñanza de niñas); María Rosa Gil (que asiste a la enseñanza de niñas)”. “Francisco (nueve) y Antonio (seis) Castellón Escudero, ambos escolares y para mayor adelantamiento, tienen maestro en casa que les instruye”; Josefa Vicente Díaz (siete años dedicada a la enseñanza de niñas).

- Extremadura, 1788: “Los justicias confeccionaron un informe en el que constaba el asentamiento de 631 gitanos residentes en Extremadura, de ellos trece chicos figuran escolarizados y otro más, Nicolás Vargas, era monaguillo de los Santos de Maimona”. Comentario de Gómez Alfaro: “Los proyectos para la educación de los niños gitanos, presentes en todo el expediente que culminó con la aprobación de la pragmática, jamás tuvieron viabilidad, dada la carencia de infraestructuras. De toda la grey infantil del grupo extremeño –240 menores, mitad por mitad varones y hembras—sólo trece chicos figuran escolarizados en los testimonios; otro más, Nicolás Vargas, ya zagalón de 12 años, era monaguillo en Los Santos de Maimona, debiendo suponer que recibiría instrucción y adoctrinamiento por parte del cura encargado de la parroquia. Lo normal a esa edad, e incluso en edades inferiores, era que los varoncitos estuvieran ayudando al sostenimiento familiar, generalmente como aprendices del padre”.

Compartimos la conclusión de Jesús Salinas: Acabándose el siglo XVIII la escolarización de las niñas y niños gitanos es poca y precaria,pero no es muy diferente al resto de la población, que como las familias gitanas, están en situación de pobreza y marginalidad, viviendo gran parte en una ruralidad desatendida de servicios educativos (Salinas, 2015). Así por ejemplo, el censo de Morón de la Frontera (Sevilla) […] indica que en 1860 había casi un 90% de analfabetos absolutos. (A. Liébana, 2009).


[1] Gómez Alfaro, A., 1994. Citado por Salinas, J., 2015.
[2]  Leblon, B., 1993, citado por Salinas, J., 2015.
[3] Informe de Campomanes y Pedro Pérez Valiente, de 1772, citado por Gómez Alfaro, A., 1994.
[4] Esta, al igual que las demás citas de este epígrafe, proceden de: Gómez Alfaro, A., 1994.
[5] Antonio Gómez Alfaro posee en su biblioteca una transcripción realizada por él de los documentos originales de los Censos de 1783. No están publicados” (Salinas, J., 2015).