Los cuentos son un recurso excepcional para trabajar las distintas áreas del currículo académico.
Al ser textos breves que pueden leerse completos en clase suele gustar a los alumnos. Sirven para acostumbrarlos a buscar el significado de lo que leen, los enfrenta a palabras nuevas, a modos nuevos de decir, y les permiten asimilar conceptos complejos que, en abstracto, como teoría, pueden resultarles complejos. Pero los cuentos tienen un recorrido mucho mayor. Es con la ficción como el relato oral permite al niño acceder a otros niveles de realidad (a otros universos). Con esta se arriesga y se compromete en la aventura que escucha, que deja atrás la seguridad de su hogar. Cambia de mundo. El cuento le obliga a interpretar la realidad, a mirar de frente esa interpretación, lo que le sirve para orientarse en otros valores, educar sus afectos, organizar sus emociones, etc. Y si es oral predispone a la escucha, también grupal, antes de que la lectura pase a ser una actividad solitaria: lo que da pie a una reflexión compartida, con las leyendas, los relatos históricos o los cuentos maravillosos, sobre lo que hemos sido como colectividad, porque nos sitúan ante los miedos universales, nos trasmiten la sabiduría acumulada durante miles de años. Escribe Janer Manila: «La narrativa oral opera como un vehículo de emociones, inicia al niño en la palabra, en el ritmo, en los símbolos, en la memoria. Despierta la sensibilidad y conduce la imaginación a través del lenguaje global: la entonación, el ritmo, el gesto. Escuchar historias es una de las primeras experiencias literarias. El lenguaje efervescente del relato oral abre la imaginación a la realidad y posibilita la aventura de lo desconocido».
Como la literatura para adultos, la literatura infantil y juvenil es el medio por el que los niños y jóvenes van comprendiendo el significado de la realidad que los trasciende. Además de poseer el aspecto lúdico y estético, los libros hablan de lo que somos, de cómo enfrentamos los problemas, de cómo gestionamos las emociones.